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Muchos hemos soñado alguna vez con hacer de nuestra afición una actividad remunerada, poder vivir de ello. La utopía que nos inculcan los jugadores de fútbol, emprendedores 'exitosos' y esos anuncios de Facebook que en el fondo no son más que cortinas de humo que esconde algún oscuro secreto.
Vivir de tu hobby, a menudo, supone un importante sacrificio: despojar del carácter de afición a esa actividad que en un futuro esperas que sea remunerada. En muchas ocasiones, quiénes se han aventurado a trasladar el ocio al ámbito laboral han acabado por sentirse saturados, agobiados e incluso han dejado de percibir esa satisfacción que supone trabajar de lo que amas. Cuando, además, tu afición y trabajo se trata de una necesidad fisiológica como es mi caso, el nudo se complica todavía aún más. Soy cocinero de formación y profesión, me dedico principalmente a la divulgación gastronómica y la comunicación para restaurantes y empresas del sector hostelero. El hecho de cocinar me ayuda a distraer la mente y deshacerme de esos largos días que nos atormentan. Hablo, leo sobre y hago gastronomía. A todo ello hay que añadirle el extraño capricho del cuerpo de alimentarse y nutrirse. ¿Cómo hago para no saturarme cuando mi vida gira en torno a la cocina y la comida 24/7? ¿Cómo evitar saturarse cuando tu pasión se convierte en tu trabajo?
Lo primero de todo es tener en cuenta que un hobby es algo que hacemos porque nos gusta, nos relaja y divierte. Es esa válvula de escape para los interminables días en los que nos sentimos sobrepasados. O esa afición a la que nos dedicamos las pocas horas libres del día o el fin de semana. El hecho de llevar tu afición al ámbito laboral supone pasar de tener un hobby y un trabajo a tener solamente una cosa: trabajo; pudiendo desembocar en la fatalidad de sentirse saturado y agobiado.
¿Cómo detectar la saturación?
Detectar una sobrecarga laboral o emocional no es excesivamente complicado. Cuando nuestro trabajo deja de gustarnos, dedicamos excesivo tiempo a la procrastinación y empezamos a descuidar no sólo los ámbitos laborales, sino también los personales como la higiene o la imagen que damos de nosotros mismos, son claros indicios de que algo está yendo mal.
El resultado final de una sobrecarga es siempre el mismo: el desequilibrio de una balanza, esa sensación de que ya no puedes más. Es posible que empieces a padecer de cansancio crónico, te sientas continuamente somnoliento e incluso empieces a dormir mal, sueñes con el trabajo o tengas pesadillas. El cuerpo deja de descansar y entra en un estado de alarma permanente. El estrés derivado de la ansiedad producida por el síndrome de 'burnout' o sobresaturación puede ir más allá de que acabes odiando aquello que antes amabas. Las defensas bajan, enfermas con mayor facilidad e incluso que en las analíticas se vea reflejado en una disminución de valores como el hierro o los glóbulos blancos.
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